Hace un año que para un certamen presenté este relato. Creo que ha llegado el momento en el que debe estar publicado con todo lo que he escrito, en mi rincón. A la vez que hago algunos agradecimientos que tenía pendientes.
A Chelo, que me animó para que no dejara este reto que por momentos se me hizo muy cuesta arriba.
A Ana, mi amiga, por su sinceridad, su crítica y, ayudarme con ese inicio que siendo corto lo dice todo, el título... gracias por tus tardes de charla sobre letras y más.
A Blind, por que crees en mi y en todos mis sueños aunque no los persiga...
Y a los amigos del Daily por recordarme que tenía que rescatar este relato pues tenía su sitio entre los matices...
NOCTÍVAGO
Cuatro años atrás, en su casa, una hora antes de la presentación de su libro, que ya se presagiaba cómo un éxito de ventas, Desiree ajustaba los pliegues de su vestido ante el espejo, elegante y espectacular… Él disfrutaba su sensualidad; era su máxima, la perfección, se podría decir que la había modelado a su antojo, siendo ella su obra. Incluso decidió bautizarla con otro nombre, y Desiree le pareció perfecto… Sus dos deseos se aunaban, musa y escritura, aunque este último se le resistía; la escritura no siempre permanecía cercana a él y ello le llevaba a realizarse preguntas; ¿podría poseer, moldear a su gusto esa inspiración, su otro deseo? Una sonrisa malévola se apoderó de su gesto. Mientras, seguía observándola. Miró el reloj, se acercó y acarició sus hombros, le agradó la imagen reflejada de ambos frente al espejo, la del éxito. Nada le hizo presentir que aquella noche los sucesos cambiarían el curso de su vida…
Ahora solo le queda el recuerdo enganchado a sus letras pasadas, desde entonces sus días son todos iguales y el insomnio voluntario al que se somete solo genera en él locuras transitorias que le hacen perder la conexión con la realidad. Sus intentos por escribir son infructuosos. Reaparecía en sus sueños cada día para que no olvidara…
Amanecía, otro día más que empezaba, otro que se fue. Se levantó de la silla tras la vigilia nocturna, el sueño se iba destilando por su cuerpo a pequeños impulsos. Había estado buscando la idea como quien curiosea el interior de un baúl olvidado; pensaba abandonar ante el hecho de correr tras esas letras que huían de sus pensamientos. Aquel papel en blanco era la prueba de su crimen.
Incapaz de pronunciarse bajo el yugo del miedo que se apoderaba de su voluntad, el tiempo hacía su recorrido hacia atrás y la liturgia lo desplazaba hacia el sueño. Por un momento solo deseó gritar al amanecer irreverente que se despegaba de su camino. Se recostó en la cama aún vestido, sus ojos se dejaban llevar hacia el sueño, buscó un punto fijo en el techo agrisado y resquebrajado de aquella habitación, doliente testigo de encuentros en el olvido.
–¡No quiero dormir! –gritó en el silencio. Nadie le escuchó.
Desde que su necesidad de escribir se instaló en él…, la deseó tanto. ¿No fue suficiente?, ¿qué exigencia inmoral lleva a uno a matar a quien le da lo que más desea?, estaba cegado por los influjos hechiceros de su éxito… Se levantó de la cama, la luz le deslumbraba, vagabundo encerrado entre paredes, así se sentía. Aquel secuestro propio de un loco era su obra…
–¿Dónde estas?... –clavó sus rodillas en el suelo, dejando caer sus lágrimas en un último ejercicio histriónico–. Apiádate de mí, te echo de menos, es injusto que me abandones –este acto de contrición llegaba tarde…
Agotado y desfallecido en aquel suelo de mosaico sin brillo, su dolor se hizo profundo; conocía su pecado y la condena era la renuncia al sueño. Revivía en ellos el placer doloroso de su pérdida, se cerraron sus ojos y volvió a sentirla, tan real. El deseo de sus labios húmedos, la inquietud casi adolescente de perderse en el mapa del placer, de recorrer sus zonas prohibidas, lo relegaban a la torpeza de aquel rito iniciático de sensaciones y sentidos que de nuevo se apoderaba de él. El juego impostor nada le ofrecía que no suplicara.
La impotencia de sentirse sometido como un esclavo lascivo que renuncia a su identidad; de ahí partió el problema aquella noche, donde Desiree, altiva y con gesto de supremacía, generosa en sus atributos, lo dejó varado a las puertas del deseo, desafiándolo.
–Dilo…, susúrralo, me necesitas y yo sin ti no existo, será otro efervescente placer que te dará el poder de poseerme…–Solicitó su atención.
–¿Te quedarás esta vez? –tenía un irrefrenable deseo de poseerla, y sin embargo se sentía aturdido ante la felicidad que le daba verla de nuevo. El sueño se adentró en el pasado y las rejas se abrieron de nuevo llevándolo directamente al día que todo acabó–. Soy el dueño de la palabra, ¿entiendes?, he surcado páginas de historias increíbles y aventuras. Mi imaginación me lleva a ser el único poseedor de la magia. Podría seguir mi camino sin ti… Te prostituyes por y para mí –le increpó desde su ego.
Ella se sonrío desafiante y le recordó…
–Olvidas que la inspiración vuela libre. Vendo mi cuerpo a quien me place a cambio de anhelos, es el justo pago, lo cual no me hace prostituta de ningún ser humano y su ego. ¿O acaso no te estás arrastrando ante mí?, soy dádiva de deseos, me visitas irremediablemente cuando el sueño se afinca en ti y tus ojos se cierran involuntariamente. ¿Lo dirás?, sabes que es la única manera de mantenerme a tu lado –le volvió a solicitar.
Él acercó su boca a la suya como acto de poder, lo quería todo.
–Deja que te posea, quédate conmigo para siempre, ya no habrá más sueños, solo seremos tu y yo.
Los ojos de ella brillaban y lo observaban, a la vez que susurraba en su oído:
–Dilo y destilaré en ti la savia de mi cuerpo, serás el más grande, cae ante mí y seré parte de ti.
Frente a frente acaricia su cuello, suavemente lo cerca con sus manos y lo aprieta con la fuerza de quien no aprecia lo que tiene, con la soberbia del autor encumbrado…
–Ahora tu provocación se torna liberación para mí, yo seré el único dueño de mi inspiración ¿entiendes?… –le recriminó.
La sorpresa se apoderó de ella y sus pupilas dilatadas le suplicaron que no lo hiciera. No hubo oportunidad, sus palabras enmudecieron a la vez que el último estertor la hizo humana, Desiree yacía en el suelo…
Su peor pesadilla, confundir el deseo con la inspiración que emanaba de ella, se hizo realidad. Abatido por el esfuerzo, entre lágrimas reconoció su error, había matado a Desiree. Quedó a sus pies la musa de sus palabras y, con ello, su obra. La sensación primaria de carencia de libertad le llegó de aquellos grilletes que apretaban sus muñecas. No hubo presentación esa noche, ni más libros. Poner a prueba a su musa no fue más que ponerse a prueba a sí mismo.
Abrió los ojos y volvió al presente. Desde el frío suelo observó el techo de nuevo y las sombras que se proyectaban desde aquella enrejada ventana que era su condena, la cárcel de sus delirios… La sentencia: asesinato, no había vuelta atrás. Ante la impotencia tras aquel sueño, solo tuvo la capacidad de destilar un pequeño hilo de voz que se asemejaba a ese susurro solicitado tiempo atrás… Arrastró sus pies, pesados, hacia el escritorio, y en el folio en blanco solo acertó a escribir dos palabras, las mismas que se repetía a diario…
–Te deseo.