No sabía cómo había llegado a aquella
sala en blanco pulcro, aunque no le desagradaba del todo -pensó-, sentada al
filo de aquella silla, sus dedos recorrían la orilla de la
falda en un movimiento casi compulsivo, parecía aprendido, como las canciones
que se agarran a la mente y no dejan de sonar. En ese momento alguien se
sentó al lado de ella y fue cuando sin mediar, la sensación de ausencia
aprendida desapareció de ella, su cara se iluminó...
Buenas tardes - no esperó respuesta sus
palabras manaban impulsivamente de su boca. Me llamo, Filomena, aunque
todos me llaman Filo, castiguito de nombre, ¿ehh? cosas de pueblo y de mis
padres que se aliaron con el santoral...
¿Qué qué me pasa? Pues mire la
primera vez fue como un silbido, como un pájaro alado que paso
por mi mente dejando un rastro de silencio en ella. La música no suena para mi desde entonces.
En mi vida no han
pasado cosas especiales. No destaqué ni por bueno ni por malo, ni
por extravagante ni por sencilla y me da que cuando me besaron debí
ser insípida, ni dulce ni salado... aunque a mí me pasó igual, la mariposas que se suponen en el estómago
debieron morir antes de nacer yo... Ya, ya sé lo que está pensando, y
nada más lejos, mi optimismo no se deshace de mi, hasta sabiéndome la tonta
del pueblo.
¿Sueña usted?, no, no me diga nada. Yo más desde que mamá no está, se fue
mayor y según decía con un gran dolor en el corazón por lo que sería de mí, nunca
la entendí yo ya pintaba canas. Mis sueños me hacen olvidar el desasosiego y la inquietud que me produce su falta, con ellos llega el color, el sopor se apodera de mi
cuerpo, bueno, mejor no le digo más...-deja pasar unos segundos que
parecen eternos tras su monólogo y el señor, inmóvil hasta
ahora le lanza una mirada incrédula; a la vez, una sonrisa pícara se
dibuja en los labios de Filo.
Ella se acerca despacio al oído de su silencioso
interlocutor y le susurra- La verdad es que después siento...¡placer!.
Él decide marcharse, no sin antes dedicarle una mirada de
ternura. Devolviéndola así a su ausencia y a recorrer de nuevo la
orilla de su falda con sus manos.
Poco después justo a tiempo, en el mismo
lugar donde pasa las horas del día, aparece
el celador…
¿Qué pasa Filo, hoy tampoco hay ganas de
hablar?- Ella ya abstraída en su mundo solo piensa en ese sol que acariciará su
tez, en los colores que se desplegaran como abanico y en ese calor que
recorrerá su interior, cuando traspasen la puerta hacia el jardín, y una vez allí, sus ojos se cierran, buscando dejarse ir,
soñar, soñar con que en algún momento la música si sonó para ella.
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