Tras el empolvado rostro se escondía, recorría los pasillos, llenos de ese silencio tan especial, solo se oía el crujir del tafetán de tan magnifico vestido, realizado especialmente para aquella ocasión... rojo, eligió el rojo...
Sus movimientos estudiados, pausados, templaban siempre su carácter antes de un concierto. La luz penetraba por aquellos grandes ventanales, acariciando su tez, no hay reacción alguna, los rayos daban color a su piel, sonrosando sus hombros en un último y díscolo atrevimiento. Justo en aquel último ventanal paró, en seco. En ese preciso instante une sus recuerdos del pasado al presente volando su imaginación, ha vuelto a ese primer día.
Puede ver aparecer de entre los jardines a un hombre que aborda la calle principal, al que acompaña una pequeña, vestido como se requería para tan especial evento, fija su recuerdo en la niña, viste un abrigo rojo y un lazo de tafetán corona su pequeña cabeza en un mismo color intenso, rojo. Ella se emociona, sus manos se agarran con fuerza al traje, provocando un crujir en la tela, cierra sus ojos necesitaba borrar esa imagen... abatida, apoya su cara en el cristal en un último ejercicio de olvido...
Se incorpora, coge aire, afina su compostura, mira su traje donde quedaron marcadas sus manos... Sus manos, las mira y una lágrima se desliza por sus mejillas, decide seguir su camino por aquel largo pasillo. En ese momento una voz infantil resuena dentro de ella...
- Uno, dos, tres..., doscientos..., doscientos cincuenta- vuelve a parar en seco. Sí, eran los pasos que distanciaban aquel gran pasillo de la escalinata... aunque también podría ser el sonido seco que marcaba el metrónomo en su compás, en aquella olvidada y vieja casa en "El Trastevere", donde iniciaba sus clases de canto.
Toma aire, aborda la escalinata, es su gran día, recogió su traje levantando su falda, dejando sus pies al descubierto y comenzó a bajar, liviana, elegante. La otra mano la posa en un gesto sutil y delicado en el pasamanos rozando este, tuvo la misma sensación que años atrás, suave, fuerte, cálido. Reparó en el silencio, de un lugar donde entre sus paredes se encontraban las notas perdidas de cantos y tocatas anónimas, secretos de madrugada, cómplice de su intimidad.
Ya entre bambalinas, se enfrenta al escenario, entra, los aplausos, el público se levanta, esboza una sonrisa amable, ensayada, comienza a andar, el silencio y su traje se conjugan en una graciosa armonía ... casi etérea llega al centro del semicírculo, desde allí su mirada se alza y en un gesto gradual saluda a los palcos, la deslumbran los dorados monócromos mezclados con los destellos multicolor, de los mil cristales de esa magnifica araña central...
Repasa visualmente sus partituras, endereza su espalda, dando espacio a su diafragma, llena de aire su cuerpo, cierra sus ojos, junta sus manos. En un gesto inapreciable con su cabeza, da el beneplácito al director, este levanta sus manos, alza su batuta y el espacio se llena de música, la orquesta abre el acto magistralmente, ella deja que los primeros compases penetren en ella, en un acto de amor incondicional, mide las caricias en entonaciones vibradas...
Al final, cuando el silencio va adentrándose despacio, acompasado en el espacio musical, se escucha en el auditorio una voz que irrumpe.
-¡¡Bravo!!, ¡¡Braviiisimo!!,- abre sus ojos mira a su alrededor, y allí en la octava fila, difuminado, ve a su público, siempre el mismo e incondicional, su compañero Mateo que desempolva los asientos...
Ella se sonríe, separa la escoba de su cuerpo y en un gesto sin igual, recoge su bata delicadamente , inclina su cuerpo y agacha su cabeza, saluda a su público, no sin antes reparar en la primera fila, allí está su padre y ella con su gran lazo de tafetán rojo, esa niña, se prometió que algún día cantaría en ese escenario...
Terminada la audición, mete su escoba en el carrito, rojo, apaga el radio cassette y enfila el pasillo empujándolo, de fondo se conforma en sonidos de graciosa armonía, el arrastre de las ruedas y el chocar de los productos de limpieza con los cubos, conjugados con el silencio sepulcral de aquel, "su auditorio"...
Sonríe a su compañero y le dice "con cierto desconcierto"...
-Vamos Mateo, "es tiempo de decir adiós", por hoy se terminó, mañana será otro día...
"Quando sono sola
sogno all’orizzonte
e mancan le parole.
Si lo so che non c’è luce in
una stanza quando manca il sole.."
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