Donde más me conozco empiezan mis palabras.
Quiero escribirme
como se escribe el silencio en las piedras
o la lluvia en las frentes;
igual que el miedo al agua
en el embarcadero.
Quiero ponerle nombre a lo que va conmigo
y quedarme a vivir en ese nombre,
como se queda
en el barro corrido de una jarra
el resumen de un muerto.
Las palabras me llevan a la tristeza siempre.
Las amo porque guardan cosas mías:
antigüedad, amor, aroma…, incluso
los recibos del cuerpo que habitaron.
Ellas me obligan al recuerdo,
como un cigarro a solas.
Cuando las miro acaban por dolerme.
Pero ya digo que las amo.
Por ellas tengo días colgados por el pecho,
pájaros en la noche, amigos que ya no,
aniversarios cada tres minutos.
Desde el principio supe
que son iguales que el silencio,
a su manera.
Ahora están viniendo de puntillas
para que no les oiga la tristeza,
para que no se alarme el hombre al que delatan.
Llegan como un calor entre la sombra,
como un color en medio de la niebla.
Siempre son tristes las palabras
si están escritas.
Aunque suenen canciones por el puerto,
cantes del sur junto a la mar pequeña,
o abiertamente pidan
cosas que necesito más que el aire.
Pero vuelvo a decir que yo las amo.
Y sé que no resuelven nada y son inútiles
como ese número de teléfono
que se ha quedado en la memoria
y que no sirve
ni volverá a servir ya nunca
porque aquella persona a quien llamábamos…
Manuel Alcántara
Hasta luego...
Nieves