Su cuerpo destilaba aromas de miel y canela, los brillos del día despuntaban haciendo reflejos caprichosos en las paredes y el ruido amilanado de la rutina callejera se colaba en la habitación... Se tapó la cabeza con la almohada, se resistía a pensar que tendría que levantarse, renunciar a aquella caricia en blanco que abrazaba su cuerpo, a ese lienzo que cubría su desnudez... a esas piernas que se enredaban en las suyas. Apenas se había acunado en los brazos de Morfeo en esa noche que multiplicó las horas por instantes de pasión inesperada y no deseaba que el ritmo asonante de aquellas agujas siguiera el camino que la llevaría hacia la rutina. El sonido atronador del despertador la sacó por un momento del pensamiento.
Miró alrededor, allí estaban los signos de lo acontecido, el prólogo del deseo: las copas, los ceniceros llenos de colillas, la ropa desordenada. Su atención volvió a la calidez de esas piernas que la atrapaban en un ejercicio de posesión asumida en aquella horizontalidad... Sintió entonces la suavidad de los besos en su cuello, la seda de su piel en el roce, el calor entre las sabanas, las caricias de sus manos, el erizar de su vello; poco a poco fue quedando a su merced, y en su oído un susurro...
-Jefa, hoy no voy a trabajar...
matices
Todo parecido con la realidad es cosa de vuestra imaginación y de la mía ¿por qué no?...
Yo si fui a trabajar Jefe Gus.
Más relatos sobre huidas de la rutina... En casa de Gus...