viernes, 3 de diciembre de 2010

Jigai

Hace algunos siglos, en algún jardín de Japón, una sombra alargada, hacía destacar a una mujer, que miraba al estanque... su mirada siempre dulce, no hacía presagiar su sentimiento interior.

En aquel lugar el otoño había echo su aparición, aún así el estanque todavía conservaba su colorido, las flores de loto y los verdes llenaban ese espacio. Las hojas empezaban a caer, los almendros y cerezos presidian en tonos rojizos el paisaje de la estación. Ella,  era de una belleza inusual,  el poder de los años, había hecho pocos cambios en su físico, tan solo si la conocías podías ver que en la profundidad de sus ojos, habitaba una gran tristeza.

Todas las mañanas con los primeros rayos de sol, empezaba su catecismo de costumbres... primero se peinaba su larga melena con un peine de marfil para después conformar un peinado a base de utilizar cera caliente y aceite de camelia y convertirlo en un recogido de belleza extrema, "rayadura de melocotón". 

Posteriormente empolvaba su piel en blanco, dejando una sensación  de delicado papel suave y aterciopelado en ella,  sus rasgados ojos después matizados en un discreto pero bello maquillaje y sus cejas  perdidas en aquella veladura blanca, volvían a destacar dibujadas y lacadas en negro brillante. Los matices de su tez... se terminaban  conjugando en unas sonrosadas mejillas y una  boca que inventaba diariamente conformandola en una minúscula y sensual  boquita de color rojo.

Luego se vestía sobre camisa larga de  un fino lienzo blanco y transparente, su "Iromugi", era el kimono especial para "el chanoyu" (ceremonia del té), su figura pequeña, pero muy proporcionada, conformaba parte de un rito,con sus significados. Una vez vestía sus ropajes, se realizaba un rito de nudos, el cual terminaba con un gran lazo de gran peso y ajustado en el talle hacia atrás, para equilibrar su figura.

Cuando ya terminaba todo el protocolo ella procedía a dar su paseo diario por el jardín, a veces elegía las flores para sus "Ikebanas", pues era una de las muchas artes que cultivaba... sus pensamientos miraban hacia atrás cuando el ser una bella muchacha y aventajada la llevo a su historia personal, perdió su vida y ahora cuando su juventud se iba marchando,  empezaba a ser consciente de su realidad. Nunca tuvo sentimientos, nunca cultivo el amor, ni tuvo pretensiones de ello, su corazón no disponía de libertad.

Ese día, otro rito se realizaba a los pies del estanque, ella descubrió sus pequeños tobillos, con una cuerda los ató para evitar la deshonra de sus actos, seguidamente se arrodilló en el estanque, estaba sola,  perdió su mirada en el firmamento y con un "Kaiken", una pequeña daga,  procedió a realizarse un corte en el cuello. En ese momento, por el delicado rostro de Sakura, dos lágrimas resbalaron, haciendo surcos en él...

Decidío hacer su propio sacrificio, lo hizo en su tremenda soledad interna, nada tenía, nada dejaba, tan solo una vida de dedicación a una profesión, como pago a la formación recibida para poder ejercerla y un incierto futuro de dudoso cariz. 

Puso fin a una vida de sometimiento, en ese momento, dejo de ser Sakura, Flor de cerezo, para volver a su realidad, su nombre natal era Amaterasu.


 Pintora, poetisa, música y bailarina a la vez, la geisha encarna a su manera una "mujer de sueño" ni madre, ni esposa, ni mujer, ni niña, ni prostituta...

Nieves


1 comentario:

  1. Qué terrible!...una vida de prisionera (al punto de perder su identidad), aunque sea en un jardín, debe ser una tortura que amarga hasta el punto de preferir la muerte...muy triste.

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