En las tardes de lluvia, le gustaba ver las gotas en el cristal de la ventana, sus brillos, sus transparencias y sus prisas por resbalar. Poco a poco el cristal se iba llenando de vaho, le recordaba a tiempos de niñez, donde una vez quedaba cubierto de esa capa blanca, sus dedos se deslizaban por él, conformando su fantasía en dibujos… pegaba su nariz, y le gustaba sentir el frío de este en su piel a la vez que esa nube crecía y lo cubría todo.
Se separa despacio hacia atrás, pierde la visión de la lluvia, de los pequeños cuerpos que cruzan la acera, de los coches que contaminan el ambiente, de los colores que conforman la urbe, deja que su dedo se deslice por el cristal, dibujando un jeroglífico casi inteligible. De fondo y entre esos dibujos, el sol aparece tras las nubes y de momento se despliega en efecto multicolor un arco iris, la gente ya no corre, ya no hay prisas es como si el reloj se tornara en tiempos de tregua y los pasos se vuelven mas lentos.
Interrumpida por el olor a café recién hecho, sus sentidos afectados, se dirige hacia los aromas que la invitan, “café, leche y dos cucharadas de azúcar”, se arremolina en el sillón al calor de la chimenea. Suelo de madera, pies descalzos…
Pierde su mirada en las llamas encrespadas, y en su crepitar, en sus tonos rojizos, en la profundidad el calor que abraza su cuerpo, acortando las distancias y dando calidez a la estancia. Al fondo, la luz ampliaba y acrecentaba el espacio, destacando en el muro de adobe un gran lienzo blanco, lo mira, vuelve al fuego, pasando por el jeroglífico, el arco iris y repara en sus pies desnudos, deja resbalar sus piernas, sus dedos rozan el suelo, percibiendo una ligera sensación de calor e incorporándose. Se dirige hacia el lienzo, hace un ejercicio de observación, como si quisiera que brotaran los colores en matices desde dentro, lo ve, se sienta enfrente, gira sobre el banco , las ideas con ella, repitiendo dentro y visionando en su mente toda la información que recibe... fuego, rojo, arcoíris, blanco, piel… sensaciones.
Un salto, coge una paleta grande y un rojo brillante cruza aquel lienzo, como una rasgadura que hace una herida en él, matiza en tonos oscureciendo el tono, la herida crece y crece… la guerra ha empezado, los segundos, los minutos y las horas pasan y pasan, el trabajo está en su primer esbozo. Aleja el banco, decide coger distancia con ese primer contacto, recrear su vista en lo acontecido.
Prepara una cafetera, deja que el aroma del café vuelva a llenar el espacio, se prometen horas de trabajo, se vuelve a arremolinar en el sillón, los pies descalzos… “café, leche y dos cucharas de azúcar”, las llamas son rescoldos de tonos anaranjados que respiran cambiando sus tonos como si hubieran tomado vida propia. Se acerca a la ventana, la lluvia imparable no da tregua, la noche se ha apoderado del tiempo, sopla en el cristal y deslizando su dedo, dos puntos y una línea que simula una sonrisa, se abraza a si misma y mira de nuevo hacia esa pared que ya no la desafía vacía, espacio completo.
Nieves
sé de lo que hablas
ResponderEliminarde sentir una vitalidad explosiva
y agreder el lienzo con colores violentos
Es algo inenarrable
PD: El cxafe, sin duda ayuda, si, con dos de azúcar por favor
Es que el café junto al fuego y una estancia acogedora inspira las mejores musas!!!...bien por ese artista que se apresuró a eternizar aquella ráfaga de calidez e inspiración!
ResponderEliminarun abrazo.
Me encantó el relato, frente a una taza de buen café, uffff, cuantas cosas podemos pensar, y si eres un artista, no veas, aparte las tardes de lluvia, suelen inspirar a más de uno. Ignoro si llovía cuando tú lo escribiste, pero te quedó genial. Besitos.
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